Pastelerías (19/12/2009)
Antonio G. Corbalán
Antonio G. Corbalán
Udías - Luna Llena
Iba siendo hora de salir con mis compañeros del SCC. Los tenía muy abandonados y sentía un poco de culpabilidad. Tantas salidas a topografiar y explorar en Udías y ni una sola palmadita en la espalda por mi parte. Después de tantos años esperando a que hubiese iniciativas para practicar espeleología en el club y ahora que un grupo estaba planteando actividades yo ni portaba. Podía auto justificarme pensando en la gran diversificación que arrastraba desde hacía más de un año. Están como platos principales: el tema monotemático de la Red del Gándara, la equipación de vías de escalada en Caloca-Vendejo y la escalada en sí misma. Por otra parte las actividades social-espeleológicas con Espeleo50 de Madrid y los diversos viajes y compromisos que absorben una gran parte del tiempo libre. Además me apetece de vez en cuando no hacer nada o ir de turismo con otros grupos.
Me lié la manta a la cabeza y decidí entrar en harina a saco. A primeros de semana llamé a Manu, a Julio y a Juan para preparar la salida del sábado. El viernes por la noche nos juntamos en la sede del club y concretamos una salida para seguir las exploraciones al final la Galería de la Rana. Un gran desfonde o pozo barre la galería por lo menos durante 20 metros -según mis recuerdos- y deja vislumbrar al otro lado continuación o continuaciones. En principio solo Manu y yo íbamos a ir el sábado debido a la imposibilidad de Miguel, Eva, Luis, Julio, Juan y todos los demás. Pero definitivamente pudimos concretar también con Julio e Izaskun. Mientras se cocía esto a medio gas, estuvimos reunidos en el bar de enfrente del Polideportivo hablando del nuevo proyecto de sede del SCC. Junto con local para material, oficina, biblioteca y sala de reuniones también se proyecta un local de entrenamiento de espeleología y escalada. Así se aprovecha la antigua nave industrial de la empresa de Julio. Juan, y sobre todo Eva ofuscada por mal quedes anteriores, nos conmino a mover el culo y ayudar en algo. Además deberemos implicarnos a tope en el cursillo de este año.
Añoro un club de espeleología en el que la única actividad sea la espeleología. Muchos planes diferentes para poder engancharme a cualquiera de ellos -sin tener que reflexionar que vas a hacer- cuando llegas harto de la semana laboral y lo único que pretendes es perderte en el territorio más salvaje e inexplorado que se pueda imaginar sobre la tierra o bajo ella. Pero no es así; ahora deberemos ocuparnos de multitud de asuntos, algunos de ellos posiblemente relacionados con el dinero...
El sábado a las diez menos cuarto me junté con Manu en la gasolinera de Mompía. Esperaba ilusionado ver la nueva furgona de Manu pero trajo la vieja Expres de color verde manzana. Para consolarme me compré un periódico y continuamos hacia Puente de San Miguel donde habíamos quedado con Izaskun, Julio y Fernando. La temperatura oscilaba alrededor de los 3ºC. La nieve cubría el paisaje a partir de Torrelavega camino de Cabezón de la Sal. Tuvimos que esperar a Julio un buen rato en la gasolinera Shell. Había ido a coger carburo. Manu quería llevar dos coches por seguridad. Mientras tanto Julio llego y nos arrastro a desayunar en la cafetería de la gasolinera. Allí seguí leyendo periódicos.
Después de este lento proceso de aglutinación, continuamos hacia El Llano y las minas de Udías. A poca distancia de la entrada, en una buena explanada, pudimos dejar los coches. Los charcos estaban helados y la nieve recubría con una fina capa el entorno. Mientras se preparaba el percal repartí bultos. Finalmente harto de esperar partí hacia la entrada esperando un clima más benigno. En la primera bifurcación de galerías mineras me paré a esperar. No me acordaba del camino. Al cabo de diez minutos pude ver las lucecitas de mis compañeros en la lejanía de la galería. Torcimos a la izquierda. Seguimos por un confuso recorrido de galerías, algunas en cuesta y otras llanas, algunas con rieles de hierro y otras sin ellos, hasta desembocar en una escalerilla metálica que nos bajo hasta las galerías de cueva. De nuevo torcimos a la izquierda, es decir hacia el nordeste, y continuamos un kilómetro -o algo más- por un marcado sendero minero hasta un depósito de agua represado junto a unas coladas chorreantes. Hasta aquí vinimos caminando sin problema alguno. Para continuar nos pusimos los monos exteriores y los equipos verticales. El lugar donde comienza el ascenso del Pozo Pasteloso no es muy recomendable para cambiarse.
Cruzamos la galería principal y subiendo un corto resalte nos introdujimos en otra estrecha y alta galería. Algo antes de su final una gatera a mano izquierda nos puso en la base del Pozo Pateloso. Goteaba pero no era preocupante; solo algo incómodo. Me puse a subir frenético. Los dos fraccionamientos que tiene se pasan sin dificultades especiales. En la cabecera un pasamanos te permite salir hacia una cómoda galería a la izquierda. A los pocos minutos oí resoplar a Manu. Nos sentamos a esperar a los tres compañeros. Al cabo de una hora Manu estaba empezando a estar inquieto. Me fui a echar un vistazo a algunas desviaciones evidentes. Una hora después Manu estaba desesperado. Yo me puse a comer un minibocadillo de atún y avellanas con pan. Un buen rato después Manu me dijo que se iba a comer al comienzo de la Galería de la Rana donde el clima era más seco. Un buen rato después me acerqué a la cabecera del pozo en donde encontré a Julio e Izaskun en conversaciones íntimas. Mientras tanto Fernando luchaba a brazo partido por pasar el último fraccionamiento. Nos grito que no podía, pero el ánimo insuflado por Julio hizo mucho y pudo subir hasta arriba del todo todito.
Ya juntos proseguimos por la Galería Este y después de atravesar un largo pasamanos alcanzamos el comienzo de la Galería de la Rana donde encontramos a un Manu cabizbajo. De allí a la zona de exploración no nos detuvimos gracias a que pude convencerles de que al final había un lugar acogedor para comer. En realidad la zona donde íbamos a trabajar era una pastelería de barro con humedad por todas partes. Así que descargaron y se fueron a comer a otro lugar, y a ver las flores gigantes de yeso, con la firme promesa de que volverían a ayudarnos o nos esperarían en la bifurcación. Por nuestra parte comenzamos a ordenar el material y a prepara la instalación del pasamanos. Desde el principio fui consciente que la principal dificultad iba a ser los diez centímetros de barro que tapizaban todo por doquier.
Los cachivaches: equipo vertical completo, taladradora, brocas, mosquetones, saca con 50 metros de cuerda, equipo de espitar, llave, parabolts con la chapa puesta, etc... configuraban una indumentaria que en circunstancias normales hubiera sido meramente incómoda. Pero en las actuales circunstancias se convirtió en una pesadilla de película de terror. Me entro un agobio oscuro. Cada paso que daba por la cornisa significaba progresar más en un reboce uniforme de crema pastelera color mierda clara. Tarde mucho. Puse siete fijaciones hasta que conseguí llegar arrastrándome hasta un púlpito central que ocupaba el centro del desfonde. Sondeé con piedras y pellas de barro. Calculé unos 90 metros de pozo. Manu se reunió conmigo en el púlpito y juntos montamos el paso a la otra banda y a una galería lateral. Para ello equipamos un corto resalte desplomado. La galería acababa en una salita y una escalada corta -que no hicimos- permitía proseguir por una galería de modestas proporciones. De vuelta al desfonde principal Manu prolongo el pasamanos por la banda izquierda una fijación más. Y ya dimos por finalizada la jornada.
Después de pasar revista a la batalla, decidimos diseñar la retirada dejando un depósito con cuerdas, chapas y fijaciones. A pesar de eso llevábamos tres sacas. Esperábamos encontrar a nuestros tres compañeros esperándonos pero yo tenía algunas dudas. Las dudas se convirtieron en certezas cuando nos encontramos un cartel de plástico en el suelo que ponía: SALIMOS. Como no había nada que perder nos dedicamos a despellejar la imagen mental de nuestros compañeros. Un rato después les dimos alcance llegando a la cabecera del Pozo Pasteloso. Pudimos transferirles una saca y continuar relajadamente.
Bajamos el pozo en el siguiente orden: Manu, yo e Izaskun. Tuve un pequeño lío con las cuerdas en el primer fraccionamiento que resolví en poco tiempo a base de acrobacias.
Nos sentamos en la galería grande a esperar. Mientras tanto me quité el mono exterior cargado de barro... Íbamos haciendo apuestas sobre a que hora llegaríamos a los coches. Ninguno llevaba reloj y había cierta incertidumbre. Cuando llevábamos casi una hora sentados esperando nos empezamos a inquietar. Volví a la base del Pozo Pasteloso por ver si todo iba bien o si había ocurrido alguna desgracia. Por suerte Julio estaba en la base y Fernando estaba aterrizando. En pocos minutos nos pusimos en marcha hacia el exterior.
Ahora las cuestas eran hacia arriba y el cansancio del día se notaba un poco. Sin embargo Julio y Manu, haciendo gala de su excelente preparación física y de su abandono de ciertos vicios, se dedicaron a echar carreras cuesta arriba. Sin embargo al llegar a las galerías planas les dimos alcance.
Según nos acercábamos a la salida un chorro de aire helado nos iba calando en el cuerpo anunciando el clima exterior. Nos recibió una noche cuajada de estrellas y muy fría. Los coches estaban escarchados y las gomas de las puertas se habían pegado. Nos despelotamos -ya eran mas de las nueve y media- para cambiarnos de ropa pues no era cosa de entrar a los coches rebozados de barro. Finalmente pudimos sentarnos limpios y ordenados.
Al conducir, para poder ver algo y no estrellarnos, bajamos las ventanillas y asomamos la cabeza. Algo después la calefacción del coche pudo fundir el hielo del parabrisas y esto nos permitió caldear el coche cerrando los cristales. Nos fuimos a tomar algo caliente en la cafetería de la Shell en Puente de San Miguel. No nos planteamos ir a cenar ni zascandilear: todo el mundo se fue a su casa a entrar en calor y a dormir soñando con cosas agradables...
Me lié la manta a la cabeza y decidí entrar en harina a saco. A primeros de semana llamé a Manu, a Julio y a Juan para preparar la salida del sábado. El viernes por la noche nos juntamos en la sede del club y concretamos una salida para seguir las exploraciones al final la Galería de la Rana. Un gran desfonde o pozo barre la galería por lo menos durante 20 metros -según mis recuerdos- y deja vislumbrar al otro lado continuación o continuaciones. En principio solo Manu y yo íbamos a ir el sábado debido a la imposibilidad de Miguel, Eva, Luis, Julio, Juan y todos los demás. Pero definitivamente pudimos concretar también con Julio e Izaskun. Mientras se cocía esto a medio gas, estuvimos reunidos en el bar de enfrente del Polideportivo hablando del nuevo proyecto de sede del SCC. Junto con local para material, oficina, biblioteca y sala de reuniones también se proyecta un local de entrenamiento de espeleología y escalada. Así se aprovecha la antigua nave industrial de la empresa de Julio. Juan, y sobre todo Eva ofuscada por mal quedes anteriores, nos conmino a mover el culo y ayudar en algo. Además deberemos implicarnos a tope en el cursillo de este año.
Añoro un club de espeleología en el que la única actividad sea la espeleología. Muchos planes diferentes para poder engancharme a cualquiera de ellos -sin tener que reflexionar que vas a hacer- cuando llegas harto de la semana laboral y lo único que pretendes es perderte en el territorio más salvaje e inexplorado que se pueda imaginar sobre la tierra o bajo ella. Pero no es así; ahora deberemos ocuparnos de multitud de asuntos, algunos de ellos posiblemente relacionados con el dinero...
El sábado a las diez menos cuarto me junté con Manu en la gasolinera de Mompía. Esperaba ilusionado ver la nueva furgona de Manu pero trajo la vieja Expres de color verde manzana. Para consolarme me compré un periódico y continuamos hacia Puente de San Miguel donde habíamos quedado con Izaskun, Julio y Fernando. La temperatura oscilaba alrededor de los 3ºC. La nieve cubría el paisaje a partir de Torrelavega camino de Cabezón de la Sal. Tuvimos que esperar a Julio un buen rato en la gasolinera Shell. Había ido a coger carburo. Manu quería llevar dos coches por seguridad. Mientras tanto Julio llego y nos arrastro a desayunar en la cafetería de la gasolinera. Allí seguí leyendo periódicos.
Después de este lento proceso de aglutinación, continuamos hacia El Llano y las minas de Udías. A poca distancia de la entrada, en una buena explanada, pudimos dejar los coches. Los charcos estaban helados y la nieve recubría con una fina capa el entorno. Mientras se preparaba el percal repartí bultos. Finalmente harto de esperar partí hacia la entrada esperando un clima más benigno. En la primera bifurcación de galerías mineras me paré a esperar. No me acordaba del camino. Al cabo de diez minutos pude ver las lucecitas de mis compañeros en la lejanía de la galería. Torcimos a la izquierda. Seguimos por un confuso recorrido de galerías, algunas en cuesta y otras llanas, algunas con rieles de hierro y otras sin ellos, hasta desembocar en una escalerilla metálica que nos bajo hasta las galerías de cueva. De nuevo torcimos a la izquierda, es decir hacia el nordeste, y continuamos un kilómetro -o algo más- por un marcado sendero minero hasta un depósito de agua represado junto a unas coladas chorreantes. Hasta aquí vinimos caminando sin problema alguno. Para continuar nos pusimos los monos exteriores y los equipos verticales. El lugar donde comienza el ascenso del Pozo Pasteloso no es muy recomendable para cambiarse.
Cruzamos la galería principal y subiendo un corto resalte nos introdujimos en otra estrecha y alta galería. Algo antes de su final una gatera a mano izquierda nos puso en la base del Pozo Pateloso. Goteaba pero no era preocupante; solo algo incómodo. Me puse a subir frenético. Los dos fraccionamientos que tiene se pasan sin dificultades especiales. En la cabecera un pasamanos te permite salir hacia una cómoda galería a la izquierda. A los pocos minutos oí resoplar a Manu. Nos sentamos a esperar a los tres compañeros. Al cabo de una hora Manu estaba empezando a estar inquieto. Me fui a echar un vistazo a algunas desviaciones evidentes. Una hora después Manu estaba desesperado. Yo me puse a comer un minibocadillo de atún y avellanas con pan. Un buen rato después Manu me dijo que se iba a comer al comienzo de la Galería de la Rana donde el clima era más seco. Un buen rato después me acerqué a la cabecera del pozo en donde encontré a Julio e Izaskun en conversaciones íntimas. Mientras tanto Fernando luchaba a brazo partido por pasar el último fraccionamiento. Nos grito que no podía, pero el ánimo insuflado por Julio hizo mucho y pudo subir hasta arriba del todo todito.
Ya juntos proseguimos por la Galería Este y después de atravesar un largo pasamanos alcanzamos el comienzo de la Galería de la Rana donde encontramos a un Manu cabizbajo. De allí a la zona de exploración no nos detuvimos gracias a que pude convencerles de que al final había un lugar acogedor para comer. En realidad la zona donde íbamos a trabajar era una pastelería de barro con humedad por todas partes. Así que descargaron y se fueron a comer a otro lugar, y a ver las flores gigantes de yeso, con la firme promesa de que volverían a ayudarnos o nos esperarían en la bifurcación. Por nuestra parte comenzamos a ordenar el material y a prepara la instalación del pasamanos. Desde el principio fui consciente que la principal dificultad iba a ser los diez centímetros de barro que tapizaban todo por doquier.
Los cachivaches: equipo vertical completo, taladradora, brocas, mosquetones, saca con 50 metros de cuerda, equipo de espitar, llave, parabolts con la chapa puesta, etc... configuraban una indumentaria que en circunstancias normales hubiera sido meramente incómoda. Pero en las actuales circunstancias se convirtió en una pesadilla de película de terror. Me entro un agobio oscuro. Cada paso que daba por la cornisa significaba progresar más en un reboce uniforme de crema pastelera color mierda clara. Tarde mucho. Puse siete fijaciones hasta que conseguí llegar arrastrándome hasta un púlpito central que ocupaba el centro del desfonde. Sondeé con piedras y pellas de barro. Calculé unos 90 metros de pozo. Manu se reunió conmigo en el púlpito y juntos montamos el paso a la otra banda y a una galería lateral. Para ello equipamos un corto resalte desplomado. La galería acababa en una salita y una escalada corta -que no hicimos- permitía proseguir por una galería de modestas proporciones. De vuelta al desfonde principal Manu prolongo el pasamanos por la banda izquierda una fijación más. Y ya dimos por finalizada la jornada.
Después de pasar revista a la batalla, decidimos diseñar la retirada dejando un depósito con cuerdas, chapas y fijaciones. A pesar de eso llevábamos tres sacas. Esperábamos encontrar a nuestros tres compañeros esperándonos pero yo tenía algunas dudas. Las dudas se convirtieron en certezas cuando nos encontramos un cartel de plástico en el suelo que ponía: SALIMOS. Como no había nada que perder nos dedicamos a despellejar la imagen mental de nuestros compañeros. Un rato después les dimos alcance llegando a la cabecera del Pozo Pasteloso. Pudimos transferirles una saca y continuar relajadamente.
Bajamos el pozo en el siguiente orden: Manu, yo e Izaskun. Tuve un pequeño lío con las cuerdas en el primer fraccionamiento que resolví en poco tiempo a base de acrobacias.
Nos sentamos en la galería grande a esperar. Mientras tanto me quité el mono exterior cargado de barro... Íbamos haciendo apuestas sobre a que hora llegaríamos a los coches. Ninguno llevaba reloj y había cierta incertidumbre. Cuando llevábamos casi una hora sentados esperando nos empezamos a inquietar. Volví a la base del Pozo Pasteloso por ver si todo iba bien o si había ocurrido alguna desgracia. Por suerte Julio estaba en la base y Fernando estaba aterrizando. En pocos minutos nos pusimos en marcha hacia el exterior.
Ahora las cuestas eran hacia arriba y el cansancio del día se notaba un poco. Sin embargo Julio y Manu, haciendo gala de su excelente preparación física y de su abandono de ciertos vicios, se dedicaron a echar carreras cuesta arriba. Sin embargo al llegar a las galerías planas les dimos alcance.
Según nos acercábamos a la salida un chorro de aire helado nos iba calando en el cuerpo anunciando el clima exterior. Nos recibió una noche cuajada de estrellas y muy fría. Los coches estaban escarchados y las gomas de las puertas se habían pegado. Nos despelotamos -ya eran mas de las nueve y media- para cambiarnos de ropa pues no era cosa de entrar a los coches rebozados de barro. Finalmente pudimos sentarnos limpios y ordenados.
Al conducir, para poder ver algo y no estrellarnos, bajamos las ventanillas y asomamos la cabeza. Algo después la calefacción del coche pudo fundir el hielo del parabrisas y esto nos permitió caldear el coche cerrando los cristales. Nos fuimos a tomar algo caliente en la cafetería de la Shell en Puente de San Miguel. No nos planteamos ir a cenar ni zascandilear: todo el mundo se fue a su casa a entrar en calor y a dormir soñando con cosas agradables...
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